Los disparos retumbaron en el cielo.
Los residentes de los alrededores ya estaban acostumbrados; pensaron que algún equipo de filmación estaba grabando otra de sus escenas en el edificio abandonado cercano.
No sabían que, en ese preciso momento, lo que ocurría dentro de ese edificio era más irreal que cualquier película.
Diez minutos antes.
Andrés llegó puntualmente al lugar.
Subió hasta el piso veintiséis.
Al ver la escena frente a él, los ojos de Andrés se abrieron con furia desmedida.
Luisa estaba cubierta de sangre; su rostro tenía manchas rojas y moradas. Daniel la sujetaba del cuello, sus pies no tocaban el suelo, y todo su cuerpo colgaba en el aire. Su rostro se teñía de rojo por la falta de aire.
Justo bajo sus pies se encontraba el borde deteriorado del edificio, sin barandilla alguna.
Si Daniel aflojaba su mano, Luisa caería desde el piso veintiséis.
Por muy sereno que fuera Andrés, al ver semejante escena, le fue imposible mantener la calma. Su corazón se contrajo y el aire se le atascó en los pulmones.
Daniel apretó con más fuerza, sin soltar el cuello de Luisa. Giró la cabeza hacia Andrés, levantó una ceja y dijo: —¿Por fin llegaste?
La garganta de Andrés se tensó, su boca se llenó de un sabor metálico a sangre.
Se esforzó por sonar tranquilo: — Primero suéltala.
—¿Te duele verla así?—preguntó Daniel con una notable sonrisa burlona, aunque no aflojó la mano.
Al ver que la pálida muchacha apenas podía respirar, casi como si estuviera a punto de morir de asfixia, Andrés sintió un dolor era insoportable.
Escuchó su propia voz, ronca, decir: —Ya vine como lo pediste. Ahora suéltala.
Daniel sonrió con indiferencia y echó una mirada a la chica que seguía sujetando por el cuello.
Luisa estaba bañada en sangre, y toda amoratado. Ya no podía resistir más.
Daniel giró la muñeca con la que la tenía sujeta, la arrastró hacia el interior del edificio y la arrojó al suelo como si fuera una bolsa de basura.
Luisa ya se había desmayado.
Andrés se acercó rápidamente y se agachó junto a ella para revisar sus heridas.
—¿Por qué involucrarla en esto, solo somos tú y yo? Ella no tiene nada que ver, es inocente. ¿Por qué la lastimaste?
Daniel curvó los labios en una sonrisa provocadora.—Porque... es tu mujer.
—Andrés, no hay nada que me dé más placer que verte sufrir.
Andrés bajó la cabeza, los puños apretados con rabia, el odio destellando en su semblante.
Conteniendo el odio y la furia que amenazaban con desbordarlo, comenzó a aplicar maniobras de reanimación cardiopulmonar a Luisa.
Tras varios intentos, finalmente Luisa recobró el conocimiento.
—Andrés...—Su voz era tan ronca que apenas se escuchaba.
El corazón de Andrés sintió como si lo atravesara una aguja.
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