Cuando tenía veinticuatro años, acabó con la vida de su padrino con sus propias manos y se convirtió en el jefe de la banda más poderosa de Solévia.
Un ser no humano como él... Luisa no tenía oportunidad.
Pero una persona dominada por una furia extrema, sin temor a la muerte, estaba dispuesta a dar hasta lo imposible por sobrevivir.
Como ahora, Luisa.
Luisa sabía que no saldría con vida de ese edificio.
Antes que ser violada por ese grupo de hombres repugnantes y depravados, prefería jugarse la vida contra Daniel.
De cualquier manera, iba a morir.
Morir humillada y sucia, o desahogar todo antes de caer... ella eligió liberar las emociones que llevaba tanto tiempo reprimiendo, y volcar sobre Daniel todo su odio y rabia contenida.
—Interesante.—la expresión de Daniel cambió del desprecio inicial a una sorpresa genuina; su mirada se volvió curiosa.
Jamás había visto a una mujer como Luisa.
Cualquier otra, al ser liberada de sus ataduras, solo habría esperado con resignación ser mancillada, o habría saltado desde lo alto para terminar con su vida.
Había contemplado esas dos opciones, pero nunca pensó que ella se lanzaría a enfrentarlo...
En ese instante, Luisa era como una leona desquiciada, rebosante de fuerza.
Los subordinados de Daniel se quedaron pasmados, todos congelados en su sitio, espectadores de aquella pelea intensa y electrizante.
En todos estos años, nadie había osado enfrentarse cuerpo a cuerpo con su jefe.
Abrió la boca, a punto de decir algo, cuando Luisa alzó la cabeza de golpe. Sus miradas se cruzaron.
Daniel quedó impactado por la mirada que tenía.
En sus ojos solo había una locura sedienta de sangre.
Tenía el temple de alguien que ya había cruzado el punto de no retorno.
Daniel abandonó su actitud despreocupada y la sonrisa burlona de su rostro.
Esa mirada le resultaba peligrosamente familiar.
A través de los ojos de Luisa, por un momento, vio al joven que alguna vez fue, luchando a muerte con las bestias en la arena.
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