—Luisita...
Luisa abrió los ojos y vio a Andrés. Primero brilló en su cara sorpresa y alegría, pero de inmediato su mirada se tornó preocupada y tensa.
—¿Qué haces aquí? ¡Vete, rápido! ¡No te preocupes por mí!—dijo Luisa con voz ronca y apenas audible.
—Luisita...—Andrés estaba visiblemente compungido.
Daniel aplaudió lentamente, mirando a Andrés y a Luisa con sorna.—Qué conmovedor, ¿eh? El gran amor verdadero...
Andrés levantó la mirada y se cruzó con los ojos de Daniel.—Cámbiame por ella. Envía a alguien para que la saque de aquí ya.
Daniel soltó una risa encantadora.—Tsk, tsk... ¿No se supone que los enamorados deben estar en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad? ¿Y ahora, en medio del peligro, cada uno corre por su lado?
Andrés ignoró sus palabras. Con sumo cuidado, levantó a Luisa en brazos como a una princesa, temiendo lastimar más sus heridas.
El cuerpo de Luisa estaba cubierto de cortes. No eran profundos, pero seguían sangrando, empapando su ropa de rojo. El corazón de Andrés ya se había hecho pedazos.
Con un tono firme e inapelable, Andrés habló con voz baja pero autoritaria: —Voy a bajarla. Encárgate de que alguien la lleve lejos.
Mientras lo decía, ya se movía, esquivando hacia un lado con Luisa en brazos.
En ese instante, un punto rojo apareció en la frente de Daniel.
Y no solo en él. Todos sus hombres tenían también puntos rojos en la frente o en el pecho.
—¿¡Maldito, francotiradores!?—gritó Daniel, furioso al ver los puntos sobre sus hombres.
Andrés curvó los labios en una sonrisa desdeñosa.
Los hombres de Daniel se miraron entre sí, desconcertados. No esperaban que Andrés tuviera un as bajo la manga.
—¿Qué carajos? ¿No dijeron que venía solo?—murmuró uno de ellos con voz baja y tensa.
—Sí, vino solo. Eso vimos.—respondió otro.
—¿¡Y entonces de dónde salieron esos francotiradores!?
—Pues... no lo sé...
Violeta estaba siendo sujetada por un hombre musculoso como si fuera un pollito. Apareció de repente en su campo de visión.
Estaban muy cerca, y Luisa pudo ver claramente el terror en el rostro de su hermana.
Su cara se volvió pálida de inmediato y sintió cómo la sangre se le congelaba.
Desde que ella había desaparecido, Miguel y Carla habían estado buscándola sin descanso, sin poder hacerse cargo de Violeta, que se encontraba en la mansión de la familia González.
Antes de salir, Carla había logrado dormir a Violeta, pero no sabía que, poco después, los hombres de Daniel llegarían a la mansión y la raptarían.
Daniel había regresado de Solévia con varios mercenarios entrenados profesionalmente durante años. El que se llevó a Violeta era uno de ellos; los guardaespaldas comunes no podían hacerle frente.
Daniel miró a Luisa y Andrés con una sonrisa burlona.—Díganme... si la lanzo desde aquí, ¿creen que se hará pedacitos al caer? ¿O más bien un puré?
—¡No! ¡No le hagas daño!—gritó Luisa con voz ronca, desesperada.
—Pff...—Daniel soltó una carcajada.
—Díselo a tus hombres.—añadió con tono burlón.—Que nos dejen ir a todos, o tu hermanita va a terminar hecha papilla delante de tus ojos.
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