Loan y Danna pasearon por las calles de Sídney, sintiendo el júbilo de recorrerlas. El aire chisporroteaba de emoción mientras la ciudad bullía de vida, y su propio entusiasmo crecía a medida que se movían entre la gente y los edificios.
Los Juegos Olímpicos estaban en pleno apogeo y los dos se dirigieron a los estadios para ver las competiciones. Había magníficos atletas, pero sus miradas se centraron en la pista de patinaje artístico.
—¿No te molesta no estar allí con él? —preguntó Loan señalando a su amigo Ted, que estaba compitiendo en la prueba de patinaje artístico, y los dos observaban con la respiración contenida cómo él y su pareja conseguían aquella de bronce.
Danna aplaudió con fuerza cuando los llamaron al podio, pero miró a Loan y negó.
—No, amor. Estoy donde quiero estar, y no cambiaría el último año que hemos vivido juntos ni por todas las medallas del mundo —dijo y él la levantó por la cintura para abrazarla.
A Danna le gustaba contarle cuando era feliz y por qué, y Loan vivía tranquilo sabiendo que había conquistado el amor de la mujer más maravillosa del mundo.
Para celebrar su victoria, Loan y Danna invitaron a Ted a cenar. Él aceptó encantado, y pasaron la velada poniéndose al día y hablando del futuro.
—Pues me retiro. ¿Cómo ves? —sonrió Ted pasando un brazo sobre los hombros de su esposa Lissa.
—Creo que retirarte con una medalla olímpica de bronce es fenomenal, cariño. Estamos todos muy orgullosos de ti —le dijo Danna.
—¿Y ya pensaste qué vas a hacer? ¿A qué te vas a dedicar? —le preguntó Loan.
Ted asintió con una sonrisa resplandeciente.
—Sí, quiero abrir una pequeña clase de patinaje artístico para niños. Patinar es lo que he hecho toda mi vida así que quiero compartir mis conocimientos con la siguiente generación —dijo él con emoción y se giró hacia Danna—. De hecho, quería pedirte un favor como amiga, como colega y como todo lo que se te ocurra.
La muchacha frunció el ceño con curiosidad.
—¡Ay, Dios! ¿Qué cosa será? —rio.
—Quiero que te unas a mí en esta aventura. Necesitaré ayuda para enseñar a los niños, y creo que tú tienes la combinación perfecta de paciencia y habilidad para hacerlo.
Danna se sorprendió. Miró a Loan que parecía entusiasmado, pero para ella no era tan simple.
—Bueno... creo que es una excelente idea, Ted, pero yo vivo en Lucerna. Me encantaría enseñar a los niños a patinar, pero no puedo estar viajando a Zúrich cada día —le respondió.
—No te preocupes por eso —le dijo Te—. Tampoco es como que yo pueda costear los pagos de un rink en la capital, así que Lissa y yo hemos estado hablando de mudarnos a una ciudad más pequeña con los niños. Lucerna sería tan buena como cualquier otra, claro, si tú estás de acuerdo.
A Danna le brillaron los ojos por la emoción. Tener un pequeño rink para ellos, enseñar niños, enseñar patinaje artístico...
—¡Sí! ¡Sí, sí quiero! —exclamó—. Me encanta la idea, estoy segura de que en Lucerna podemos encontrar la manera de pagar las horas de clases en alguno de los rink locales.
Lissa y Loan enseguida se entusiasmaron por la planificación de aquel proyecto y entre los cuatro pasaron toda la velada buscando opciones e ideando estrategias para que Ted y Danna pudieran empezar su pequeño negocio. Luego por supuesto que Danna y Lissa se concentraron en encontrarles una bonita casa en Lucerna para que Lissa pudiera tener tranquila a su tercer bebé que ya venía en camino.
Loan por su parte chocó el puño con Ted y lo invitó a otra cerveza.
—De verdad te lo agradezco —murmuró el patinador por lo bajo para que las chicas no los escucharan—. Esto es realmente importante para mi familia.
—Tranquilo, yo soy quien tiene que agradecer. Ya llevo un tiempo escuchando a Danna sobre la posibilidad de ser entrenadora, pero jamás se había decidido. Sabía que si tú estabas con ella ni siquiera lo dudaría —respondió Loan—. Así que es un placer ayudarlos en todo lo que necesiten.
—¡Te amo, pelirroja, te amo! Eres la mujer de mi vida. Yo te hago teatro, drama y mariachis. Lo que tú quieras. Te amo.
Aquella fue otra de tantas noches mágicas, y Loan no desperdició ni la más pequeña oportunidad de ensayar para hacerle a Danna esa princesita que tanto estaba deseando.
Una semana después, cuando ya estaban de vuelta en Lucerna. Loan recibió una llamada importante casi al amanecer y despertó a Danna a base de besos para que se levantara.
—Tenemos que ir a un lugar, pelirroja. Vamos vístete que te tengo una sorpresa.
Danna se levantó y aun medio dormida se subió al auto de Loan y se dejó llevar. No tardaron mucho en llegar a un descampado en la salida Norte de la ciudad. Él se bajó con Mauro subidito en su cangurera y le dio la mano a Danna para llevarla hasta el centro de aquel lugar.
—Loan ¿qué pasa? ¿Qué es esto? —preguntó aturdida.
—Esto, amor, es el espacio donde construiremos tu rink —le dijo él y vio cómo ella se cubría la boca con las manos.
—¿¡Qué!? ¿Te volviste loco? ¿Olvidaste lo caro que es mantener un rink?
—¿Olvidaste que somos millonarios? —rio él y Danna pestañeó.
—¡Ah, verdad! —se le escapó una sonrisita nerviosa y miró alrededor—. ¡Dios, esto es un sueño! ¡Y está en un lugar perfecto! ¿Cómo lo conseguiste?
—Esta mañana me avisaron que los dueños aceptaron vender, así que ahora es tuyo —dijo él tomando su mano y paseando alrededor—. Ya contraté un despacho de arquitectura y nos van a construir el rink más bonito de toda Lucerna, ¡en solo dos meses!
Danna se mordió el labio inferior y lo abrazó. "Solo dos meses", pensó. Suficientes como para comprobar si aquella sospecha suya... resultaba ser cierta.
Comentários
Os comentários dos leitores sobre o romance: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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