Las palabras de Carlos eran como un hechizo, resonando una y otra vez en la mente de Luisa, inquietándola un poco y dejándola sumida en un torbellino de pensamientos.
Tanto así que, al día siguiente, cuando fue al hospital a ver a Andrés, no pudo evitar mostrarse algo distraída con él.
—Luisa, ¿en qué piensas?—preguntó Andrés.
Ella pestañeó un poco y desvió la mirada, evitando sus ojos. —Dime... ¿qué pasó con Alma?
Andrés esbozó una sonrisa enigmática. —¿Estás celosa? ¿Verdad?
Luisa infló las mejillas con fingida indiferencia.—Para nada. Solo que nunca me habías hablado de ella y me dio cierta curiosidad.
Pero la verdad era que, además de los celos, sentía un creciente enojo al recordar que aquella mujer había secuestrado a Violeta e incluso intentado apuñalarla. —¿Dónde te encontraste con una mujer así? ¡Está desquiciada!
Andrés le hizo un gesto con la mano.—Luisa, ven aquí.
Ella obedeció y se sentó junto a su cama.
Andrés tomó su mano con un aire de seriedad.—Fuimos compañeros en la preparatoria. En ese entonces, ella me perseguía con mucha insistencia, pero yo la rechacé de manera clara y contundente. Luego terminamos en la misma universidad, y siguió buscándome, pero jamás le di esperanzas de algo.
Luisa bajó un poco la vista y dijo. —¿Solo eso?
Andrés le pellizcó suavemente la mejilla.—Solo eso. Apenas hablábamos, ni siquiera llegamos a agregarnos en redes sociales.
Luisa guardó silencio por unos segundos antes de murmurar: —¿Y cómo es que pudo insistir tanto tiempo? Fueron diez largo e interminables años, no diez días ni diez meses.
Andrés suspiró con una sonrisa resignada.—¿Yo qué sé? Todos los que me rodeaban sabían lo indiferente que fui con ella. En diez años, apenas le dirigí la palabra unas cuantas veces nada más.
Luisa se inclinó un poco hacia él y gruñó.—¿"Unas cuantas veces" cuántas eran?
Andrés no pudo evitar reírse.—Cinco, seis, siete... tal vez ocho frases.
—¿Y qué le decías para hablar tanto?—Luisa lo miró con una expresión de reproche exagerado.
Andrés solo la encontraba más adorable cuando se ponía así de celosa. Sus ojos reflejaban un cariño profundo y la sonrisa en sus labios no desaparecía.—No era nada importante. En la preparatoria, cuando me confesó sus sentimientos las primeras veces, la rechacé con un par de frases y nada más, después casi no volví a hablar con ella.
Luisa lo miró con suspicacia.—¿De verdad no te gustaba ni un poquito? Es bastante guapa.
—No.—Andrés la miró. —Mi corazón ya tenía a alguien dentro. No había espacio alguno para nadie más.
Luisa fingió en ese momento no entender. —¿Alguien más? ¿Quién?
Andrés sonrió.—¿Y tú qué crees?
Luisa con seriedad murmuró en voz baja: —Si no lo dices, ¿cómo voy a saberlo?
Para Andrés, su actitud era puro coqueteo. Tan adorable que sentía que su corazón se derretía.
No podía resistirse.
Con un tono divertido y una sonrisa en los labios, respondió: —No hay nadie más aparte de ti en mi corazón.
Luisa apartó la mirada, evitando su intensa mirada. —Cuando ella te confesó su amor, estabas en la preparatoria. Yo en ese entonces era apenas una niña...
No podía ser que le gustara desde entonces, ¿o sí?
Andrés sonrió con agrado.—En la preparatoria ni siquiera pensaba en enamorarme.
Luisa parpadeó, de repente curiosa. Sus hermosos ojos almendrados se fijaron justo en él mientras preguntaba: —Entonces dime una cosa, ¿cuándo te empecé a gustar?
Andrés lo recordó y dijo: —Al principio, en verdad te veía como una hermana. No sabría decir con exactitud en qué momento cambió ese sentimiento.
Luisa, sin rendirse, insistió una vez más: —¿No tienes una idea aproximada?
La mujer se recargó en el sofá, levantó un poco la cabeza y lo miró.—Estamos a punto de hacerlo.
Carlos tomó asiento en el sofá justo frente a ella.—¿Quién eres?
La mujer sonrió.—La hija adoptiva de la familia Martínez. Valentina.
—¿La familia Martínez?—Carlos frunció aún más el ceño.—¿La familia de Andrés?
—Exacto.—Valentina esbozó una sonrisa maliciosa.—¿Te interesa una alianza conmigo?
Carlos no entendía.—¿Qué tipo de alianza?
Valentina curvó los labios.—Separar a Andrés y Luisa.
Carlos la miró con cierto recelo.—¿Y por qué habría de confiar en ti?
—Je, je.—Valentina dejó escapar una risa.—Porque la persona que amo es Andrés. Nadie desea separarlos más que yo.
Entonces, le extendió una tarjeta de presentación.—Sé que últimamente estás buscando inversionistas. Contacta a esta persona y él invertirá en el Grupo Rodríguez sin problemas.
—Pero...—Valentina añadió: —Para recibir esa inversión, primero debes aceptar mi propuesta y ayudarme a separar definitivamente a Andrés y Luisa.
Carlos tomó la tarjeta y le echó un vistazo rápido.—Aunque no invirtieras en mí, igual encontraría la forma de separarlos. ¡Luisa solo puede ser mía!
Valentina sonrió con cierta astucia.—Entonces, presidente Carlos, ¿trato hecho?
Carlos se quedó pensativo.—Primero verificaré tu identidad antes de darte una respuesta positiva.
—Está bien.—Valentina sacó su celular y mostró un código QR de WhatsApp.—Agrégame y mantengamos el contacto.
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