Luisa se dijo esto a sí misma en su interior.
Ante la pregunta de Francisco, Luisa no supo en ese instante qué responder. Tras pensarlo por unos minutos, solo acertó a decir: —Lo siento mucho.
El corazón de Francisco se estrujó por completo.
—No pasa nada, considerémoslo como tonterías que dije estando borracho. —Respondió con voz algo ronca.— Descansa temprano. Hasta luego buenas noches, abogada Luisa.
—Buenas noches.
Luisa colgó.
Francisco bajó la mirada, fijando los ojos en la pantalla con la llamada finalizada.
Sentía fuertes punzadas en el pecho.
Había sido rechazado otra vez.
¿Cómo podía ser que tuviera un corazón tan duro?
Lo que pasaba era que en su corazón solo había lugar para una persona.
Y esa persona, simplemente, nunca podría verlo.
...
Al día siguiente, después de desayunar, Luisa subió a la habitación de Violeta para acompañarla a pintar.
Sacó un pasador rosado que le había comprado.—Violeta, este es un regalito para ti. ¿Te gusta?
Era del mismo modelo que el par que le había regalado a Aída.
Cuando lo compró, ya había pensado que seguro a Violeta le encantarían esos pasadores rosadas y brillantes.
Y efectivamente, al ver el pasador, los ojos de Violeta brillaron como estrellas, llenos de sorpresa.—¡Guau, qué bonito! Gracias, muchas gracias, Luisa.
—Ven, te lo coloco. —Dijo Luisa mientras colocaba el pasador en el cabello de Violeta.— Te quedó precioso.
Carla había dicho que el estado mental de Violeta había mejorado en gran manera. El cambio más evidente era que ya no hablaba dormida ni se despertaba llorando.
La culpa en el corazón de Luisa se alivió un poco.
Abrió la puerta y de pronto vio ese rostro familiar.
Luisa frunció ligeramente el entrecejo.
—¿El jefe Andrés necesita algo?
Andrés vestía un impecable traje gris azulado. El hombre, de facciones marcadas y mirada cortante, estaba sentado en el sofá con el rostro inexpresivo, emanando una elegancia innata y altiva.
Al ver a Luisa, su mirada severa se suavizó un poco. Movió los labios y la saludó: —Buenos días, abogada Luisa.
El entrecejo de Luisa se frunció.
Andrés la miró fijamente. —Vengo a encargarle a su despacho la representación de varios casos.
Luisa: —...
—Si no recuerdo mal, su firma cuenta con un equipo de abogados profesionales y de élite, ¿cierto? —El tono de Luisa no era precisamente en ese momento el más amable.
—Por supuesto. —Andrés sonrió. — Pero yo solo quiero trabajar con la abogada Luisa. ¿No se puede?
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