Luisa fue escoltada por los hombres de Daniel hasta un edificio en obra negra.
Luisa sufría de vértigo, y mientras más subían, más sentía que las piernas le dejaban de responder.
La construcción, hecha de concreto y varillas de acero, no tenía barandales en las escaleras ni ninguna clase de protección en los pisos superiores. Aun así, Luisa subía escalón por escalón, vigilada por los esbirros de Daniel.
Luisa contaba los pisos en silencio. Cuando llegaron al piso veintiséis, los hombres al frente se detuvieron.
Los que la llevaban también se detuvieron.
—¿Qué hora es?—preguntó Daniel con desgano.
—Señor Daniel, son las siete cuarenta,—respondió el mismo hombre que la había secuestrado la noche anterior.
Luisa no sabía cómo se llamaba.
Al escuchar la respuesta, Daniel alzó levemente las cejas y dirigió la mirada hacia Luisa.—Dime... ¿De verdad crees que Andrés vendrá solo a morir por ti?
Luisa apretó los labios y bajó la mirada.
—¿Tienes miedo?—Daniel soltó una risa.—No te preocupes, si tanto te importa, puedo hacerles el favor... y dejarlos muertos juntitos como unos amantes fugitivos.
Luisa seguía cabizbaja, sin decir una sola palabra.
Daniel soltó una mueca burlona; al ver que Luisa no respondía, se impacientó.
—Te estoy hablando, ¿acaso no me oyes?—De pronto, Daniel le agarró el brazo y la empujó con brusquedad hacia adelante.
Luisa no tuvo tiempo de reaccionar; su cuerpo se fue de frente, perdió el equilibrio y trastabilló varias veces antes de caer al piso.
Luisa apretó sus ojos, sin entender por qué ese hombre era tan voluble e impredecible.
Un momento antes, en la planta baja, hablaba con una sonrisa inocente, como si estuviera de buen humor. Ahora, de la nada, se había tornado iracundo, fuera de control, como un lobo rabioso.
—Está bien, si no quieres hablar, entonces buscaré la forma de obligarte.—El rostro de Daniel dejó escapar su crueldad, y su mirada se clavó en Luisa. De pronto, volvió a esbozar una sonrisa gélida.
—Dime algo...—Daniel comenzó a caminar lentamente hacia Luisa.
La observaba como a una presa. Tenía una sonrisa maliciosa en los labios y una mirada depredadora en sus ojos.—¿Cómo crees que se sentiría Andrés si presenciara una violación? ¿Eh?
Luisa se estremeció al escuchar esas palabras y, de inmediato, abrió los ojos de par en par. En su mirada se mezclaban el miedo, la sorpresa y el asco. Su rostro perdió aún más color.
Daniel notó el cambio en su expresión, y se mostró satisfecho. La sonrisa en sus labios se acentuó aún más.
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