El Secreto de Mi Prometido romance Capítulo 262

Mientras tanto.

Después de recibir la llamada de Fernanda, Andrés supo que Luisa había desaparecido, y lo primero que se le cruzó por la cabeza fue en Daniel.

Desde que él regresó al país, sus movimientos habían sido erráticos; utilizaba una identidad falsa que había preparado con antelación, e incluso la tarjeta SIM estaba registrada con los datos de otra persona.

Andrés no tenía forma de contactarlo, solo podía esperar pasivamente a que Daniel se comunicara.

Pero no podía esperar ni un segundo más.

Tan solo imaginar que Luisa corría peligro de muerte hacía que todo se oscureciera frente a sus ojos. Sentía un dolor huérfano en el pecho, y hasta respirar se le dificultaba.

Andrés se obligó a mantener la calma y sacó su celular para hacer una llamada.

—Quiero ver a Mateo.

Apenas colgó, entró una llamada de un número desconocido.

Su intuición le dijo que era Daniel, y Andrés contestó de inmediato.

—Buenas noches.—dijo un hombre del otro lado de la línea, con un tono burlón y con evidente jocosidad en la voz.—Hermano.

El corazón de Andrés se tensó de golpe.

—¿Fuiste tú quien secuestró a Luisita?

Daniel se rio y replicó.—Luisita...

Hubo una breve y sutil pausa. Luego, con un tono despreocupado, Daniel continuó: —Parece que sí capturé a la persona que era. Aún la amas, después de todo.

Andrés le respondió con voz dura y furiosa: —¡Si tienes algo contra mí, enfréntame! ¡No le hagas daño a ella!

Del otro lado, Daniel pareció soltar una leve carcajada.

—Tranquilo. Desde el principio, esto era contigo.

—¿Dónde estás?—preguntó Andrés sin perder tiempo.

Daniel le dio una dirección y añadió: —Mañana a las ocho de la mañana. Solo tú. Si se te ocurre llamar a la policía o hacerte el héroe, haré que desaparezca de este mundo.

Tras bajar del helicóptero, la subieron a otro vehículo.

Sintió que el coche iba a toda velocidad; de no ser por el cinturón de seguridad, habría salido disparada en cada curva.

El vehículo siguió a todo lo que daba durante un rato, hasta que, de repente, se detuvo bruscamente.

Apenas se detuvo, alguien abrió la puerta de golpe.

La jalaron con violencia para bajarla del auto. Aún con la capucha puesta, Luisa no podía ver nada; todo era oscuridad frente a sus ojos y casi pierde el equilibrio.

—Señor Daniel, la persona ya está aquí.—Esa voz la reconoció al instante. Era el mismo hombre ágil que se había bajado del auto la noche anterior.

Al escuchar "Señor Daniel", Luisa sintió que se le erizaba la piel.

Ese era el hombre que casi le había quitado la vida.

Andrés le había expresado que era un lunático, sin emociones ni humanidad.

Daniel aún no decía nada, pero el corazón de Luisa ya estaba encogido. El miedo se extendía por todo su cuerpo, sin control ni orden.

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