Lucía también estaba muy contenta.
Luisa le había prometido a Leticia que esta vez iría a maquillarla; habló brevemente con Evaristo y salió del hospital para dirigirse a casa de Leticia.
Andrés tenía asuntos que atender y, tras quedarse un rato, se marchó.
Luisa y Lucía llegaron a la habitación de Leticia, y juntas le hicieron un hermoso maquillaje.
Leticia, mirándose en el espejo, sonreía dulcemente: —Luisa, Lucía, es la primera vez que me veo tan guapa.
Luisa acariciaba suavemente la cabeza de Leticia: —Ve rápido a buscar a Evaristo.
—¡Vale!— Leticia asintió con fuerza.
...
De regreso en el apartamento de Luisa, Andrés recibió una llamada de Hugo.
Daniel había fracasado en el proyecto de Solévia y estaba buscando formas de cubrir ese hueco. Pronto descubriría que había sido Andrés quien había actuado, y Hugo le advertía a Andrés que tuviera cuidado con una posible venganza por parte de Daniel.
Aunque Daniel estaba en Solévia, tenía gente en España que trabajaba para él.
Tras colgar, Andrés dijo con seriedad: —Luisita, hay algunas cosas que necesito explicarte con claridad.
Al ver lo serio que estaba, Luisa se sentó erguida: —¿Qué pasa?
—Mi padre tenía otro hijo fuera del matrimonio, llamado Daniel. Al principio, mis abuelos no le permitieron regresar a Casa Martínez. Pasó un tiempo en Solévia viviendo días difíciles, y luego fue adoptado por una persona muy influyente allí. En los últimos años, ha establecido su base y seguidores en Solévia, incluso cuenta con fuerzas armadas.
Luisa exclamó: —¿Eso es malo para ti? Andi, ten mucho cuidado al enfrentarlo.
Andrés se detuvo; una corriente de calidez le recorrió el cuerpo.
Abrazó a Luisa: —Luisita, por mi lado todo está bien. Lo que me preocupa eres tú. Eres lo más importante para mí, y temo que, para atacarme, él intente hacerte daño a ti.
—¿Hacerme daño a mí?
Andrés había pedido comida de un plato especial de un hotel de lujo cercano.
Al ver la etiqueta en la bolsa, Luisa miró a Andrés con sorpresa: —¿No es que ellos no ofrecen servicio a domicilio?
Andrés sonrió, abrió la caja de comida y dispuso los platos: —Si tú la quieres comer, ellos la entregan.
Luisa lo miró dudosa, pero rápidamente comprendió que la falta de servicio a domicilio era para la gente común, no para alguien como Andrés.
Luisa se sentó junto a la mesa, tomó el tenedor y sus ojos brillaron.
Realmente tenía hambre; se había quedado dormida por la mañana sin desayunar, y al despertar ya había pasado la hora del almuerzo.
La comida en la mesa era abundante.
Era un plato occidental completo, con todo el sabor y aroma que a Luisa le encantaban.
Era conocido por ser caro y servir porciones pequeñas, pero el sabor era realmente excelente.
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