El Secreto de Mi Prometido romance Capítulo 312

Valentina observo a su alrededor y, a la luz de la luna que se filtraba por la rendija de ventilación, pudo ver enseguida que era una manta.

Estaba cubierta por una gruesa capa de mugre, tan negra que resultaba casi imposible de distinguir su color original, y desprendía un olor nauseabundo; era evidente que llevaba muchísimo tiempo sin lavarse.

—¡Ughhh!

Valentina tuvo demasiadas nauseas al principio.

Durante el día ya había vomitado varias veces a causa del mareo.

Como no había comido nada, solo tenía ácido en el estómago, así que, aunque continuara con las náuseas, ya no podía expulsar nada.

Estaba tan asqueada que apartó la manta de una patada, con una expresión desagradable.

En la familia Martínez, Valentina siempre había vivido rodeada de lujos; jamás había experimentado un sufrimiento semejante.

Incluso cuando su madre aún vivía. —Siendo ella hija de una sirvienta.—nunca había pasado por algo tan terrible como esto.

Valentina abrazó sus rodillas y rompió enllanto.

Sus lágrimas se perdían entre el sonido de las olas del mar.

Era invierno, la temperatura ya era baja, y estando en alta mar, en horas de la noche hacía aún más frío.

Temblaba, con los labios amoratados, como si la sangre se le estuviera congelando en las venas.

Al final, recogió aquella manta sucia y maloliente.

Para sobrevivir, Valentina no tuvo más opción que envolverse a regañadientes en ella.

Después de varios días de sacudidas impresionantes, Valentina al final llegó a São Vitoriano.

Había pasado varios días en el mar, sin poder comer ni dormir bien; se veía más delgada que de costumbre y llevaba días sin bañarse. Su cuerpo desprendía un olor insoportable.

Incluso a los que vinieron a sacarla del barco les dieron náuseas.

—¡Mierda! ¡Esta vieja apesta asqueroso!

Había tragado mucha agua salada, lo que dificultaba cada vez más su respiración. Después de forcejear durante un buen rato, empezó a quedarse sin fuerzas.

Su voz se apagaba poco a poco y su cuerpo comenzaba a sumergirse una y otra vez. Al ver esto, quienes la observaban empezaron a ponerse nerviosos.

El hombre soltó de repente una maldición: —¡Mierda! ¿De verdad no sabes nadar? ¿Ahora tengo que meterme a salvarte?

Con un clima tan frío como ese, desde luego que no quería lanzarse al mar.

Miró a su alrededor y vio un aro salvavidas naranja colgado a un lado.

Lo descolgó y lo arrojó con rapidez al agua: —¡Zorra asquerosa, agárrate al salvavidas y sube tú sola! ¡Con este maldito frío ni loco me lanzo a sacarte!

El salvavidas cayó al agua. Valentina estiró la mano, pero no tenía fuerzas para nadar hasta él.

Al ver que no podía alcanzarlo y que ella se hundía, el hombre masculló otra maldición en voz baja y, sin más opción, se lanzó al mar.

Por fin logró sacarla, pero Valentina había tragado mucha agua salada, estaba empapada por el frío y ya había perdido en ese momento el conocimiento.

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