Carlos murmuró en voz baja: —Salió del hospital tan rápido... Vaya que tiene una vida resistente el hombre.
Santiago sospechaba que aquel hombre debía de ser el prometido de Luisa.
Carlos abrió apresurado la puerta del auto y bajó, caminando hacia ella.
...
Andrés llevaba una semana dado de alta.
Durante esos días, Luisa se había encargado de supervisarlo para que comiera únicamente alimentos ligeros y se cuidara muy bien.
Al principio no le molestaba, pero después de tantas comidas insípidas, empezó a hartarse un poco.
Tras insistirle con ruegos y súplicas, hoy por fin Luisa accedió a mejorar un poco el menú y lo llevó a comer fuera.
El restaurante al que lo llevó estaba en la zona más animada y concurrida del centro de la ciudad.
Era un establecimiento tradicional muy famoso en Puerto Bella, por cierto, un lugar donde tanto Andrés como Luisa habían comido desde que eran niños.
Era la hora del almuerzo y el sitio estaba abarrotadísimo. En la entrada, una larga fila de personas esperaba su turno.
Luisa había hecho una reserva con anticipación. Cuando llegó a la puerta, escaneó el código y estaba a punto de seguir al camarero hacia adentro cuando, de repente, alguien la llamó.
—¡Luisa! —gritó desesperado Santiago.
Luisa volteó y lo primero que vio fue a Santiago.
Luego, se percató de Carlos a su lado.
Hizo mala cara.
¿Por qué él también estaba aquí?
No se libraba de él ni en la sombra.
Carlos y Santiago se acercaron a toda prisa a ellos.
—¡Cuánto tiempo sin verte, Luisa!—saludó Santiago.—Así que eres de Puerto Bella, ¿eh? Nunca te había escuchado mencionarlo antes.
Hace unos días, Santiago solo había oído a Carlos decir que Luisa era de Puerto Bella y que estaba a punto de comprometerse. No sabía nada más al respecto.
En su círculo, prácticamente todos sabían quién era él.
¡Era nada más y nada menos que Andrés, el presidente del Grupo Financiero Martínez!
Andrés mantenía el rostro sombrío, la mandíbula tensa y los ojos afilados como una daga desenvainada, clavados en Carlos con intensidad. —¿Tienes algún asunto pendiente?
Santiago no pudo evitar estremecerse.
Vaya aura tan imponente... No por nada era el heredero de la familia Martínez.
Esa presencia natural de líder, esa presión que emanaba, era algo que los hijos de familias adineradas como ellos jamás podrían imitar.
Santiago se rascó un poco la cabeza con cierta incomodidad y le propuso: —¿Me darían el honor de almorzar con ustedes?
Luisa, que había estado muy ocupada a mediodía y solo había comido un triste pan, estaba hambrienta y lo único que quería era sentarse y pedir su comida cuanto antes nada más le importaba.
—Tú puedes. —dijo, señalando a Carlos. —él no.
La expresión de Carlos se tornó algo gris.
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