Nancy afirmó con certeza: —Me odiaste tanto, a mí y a tu padre, también a Paula. ¡Por eso nos castigaste de esta forma tan cruel!
—Fuiste tú quien mató a Marisela, utilizando el mismo método para incriminar y difamar a la familia Castro, repitiendo ese sucio truco y haciendo que los parientes de Marisela atrajeran a muchos medios de comunicación para hacer grandes reportajes. ¿No?
—¡Solo querías ver nuestra ruina, la de la familia Castro, y vengarte de nosotros de esta manera tan vil, no es cierto?
Este razonamiento era brillante y también bastante cómico.
Pero Ángeles no podía reírse.
—Señora Nancy, eso es solo una suposición subjetiva tuya, nunca hice tal cosa. Tienes prejuicios contra mí, sé que no te agrado, por eso pones toda la culpa en mí.
—En serio, envidiaba bastante a Paula, ¿por qué siempre confiabas en ella sin dudarlo dos veces y nunca estabas dispuesta a darme ni un poco de esa confianza?
Así fue en la vida pasada, y así era en esta vida.
Parece que nunca se necesitó evidencia para condenarme, solo una palabra de Paula, aunque esta fuera falsa o una simple ilusión.
Nancy creía.
Ángeles miró fijamente a los ojos de Nancy y preguntó, —¿Es tu propia hija tan mala, tan indigna de tu confianza?
Los labios de Nancy se movieron, sin palabras por un momento.
El cuestionamiento de Ángeles era bastante tranquilo, sin excitación, ni un rugido de ira, por el contrario, era ordinario, sereno, y con un profundo desencanto.
¿Por qué siempre confiabas en Paula sin dudarlo y nunca estabas dispuesta a darme ni un poco de esa confianza?
¿Es tu propia hija acaso tan mala e indigna de tu confianza?
Estas dos frases resonaron en los oídos de Nancy, como un rayo que cayó de un cielo oscuro en un bosque sombrío, un trueno estremecedor.
Nancy no pudo dejar de temblar.
Paula se alarmó demasiado y dijo de inmediato, —Pero si no fuiste tú, ¿quién más podría ser? ¿Cómo te atreves a decir que no nos odiabas? ¿Cómo te atreves a decir que no me odiabas?
Una frase que va al grano.
Ángeles respondió con calma, —Sí, los odiaba mucho.
—Todas las decisiones habían sido hechas por ustedes, los castigos y las represalias eran merecidos por ustedes. ¿Qué había hecho yo para que me cargaran toda la culpa?
—Y además...
Ángeles, con un semblante sombrío y palabras aún más frías, aconsejó, —les diré algo más, si han tomado algo de alguien más, sería mejor que lo devolvieran de inmediato, podría haber todavía una oportunidad.
Habiendo dicho todo lo que tenía que decir, Ángeles cerró la puerta de la habitación de un golpe.
Paula, enfurecida, pateó la puerta varias veces, gritando: —Ángeles, ¿qué quieres decir, nos estás amenazando? ¡Sal, sal aquí!
Nancy se puso la máscara, —vamos, volvamos.
—Mamá...
—¡Haz caso, vamos!
Paula tuvo que seguir a regañadientes.
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