El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 282

Al mismo tiempo, en el sanatorio.

Paula estaba frente al espejo del baño. Extendió la mano para despejar la niebla que cubría el vidrio. Luego, giró los ojos, y la figura reflejada en el espejo imitó su movimiento.

Inmediatamente, una serie de carcajadas brotaron de su pecho.

—¡Ja, ja, ja, ja...!

Cuatro días atrás, la frustración acumulada había alcanzado su límite. No podía aceptar su caída desde lo más alto. Desesperación, odio, inconformidad...

¡Quería que todos perecieran junto a ella!

Especialmente después de ser etiquetada como mentalmente enferma, Paula comenzó a sentirse en serio loca.

Fue entonces cuando, en el comedor del sanatorio, le arrebató un tenedor y un cuchillo a un anciano. Al ver los ojos perdidos y vacíos de aquel tipo, una malicia súbita surgió en su interior.

Pero justo cuando estaba a punto de clavar el tenedor, varios auxiliares masculinos la sometieron. En el forcejeo, cayó al suelo, golpeándose la cabeza y quedando inconsciente.

Durante su inconsciencia, tuvo un sueño.

Soñó que era la ganadora.

Soñó que Ángeles estaba a sus pies.

Soñó que Ángeles suplicaba misericordia, sin recibir ni un ápice de compasión de Nancy ni de Rafael.

Con un simple esquema, Paula logró que Ángeles, quien era la verdadera hija, fuera considerada adoptada y devuelta a la casa de los Castro.

Después, por "causar" su caída al mar, Ángeles fue expulsada de la casa de los Castro por Nancy y Rafael. Incluso Oscar la envió personalmente a prisión, donde sufrió cuatro años de tormento.

Cuando finalmente salió de prisión, Ángeles había perdido una mano, cegado un ojo y roto una pierna.

Al final, murió en un accidente de auto planeado por Paula.

El sueño fue tan pero tan vívido...

Tan real que parecía haber ocurrido de verdad.

Pero al despertar, todo lo que había soñado difería de lo que había sucedido en la realidad.

Paula repasó una y otra vez, comparando los eventos del sueño con los de la vida real.

Finalmente, descubrió que la mayor variable había sido Ángeles.

Desde que Ángeles fue reconocida nuevamente como la verdadera hija de los Castro, todo había cambiado.

Ángeles respiró hondo, con una leve sonrisa en los labios.

En Luz de Luna había caído otra capa de nieve.

Los copos descendían lentamente, acumulando una fina capa en el suelo, que crujía bajo los pies.

A lo lejos, alguien lanzaba fuegos artificiales uno tras otro, iluminando el cielo con una belleza espectacular.

Ángeles, cargando una bolsa llena de víveres, regresó a su apartamento.

Al abrir la puerta, algo no estaba bien.

—¿Quién?

La expresión de Ángeles cambió, y el pequeño cuchillo que escondía en su manga quedó al descubierto.

No había luz en la casa; solo la clara luz de luna y los intermitentes destellos de los fuegos artificiales del exterior permitían que Ángeles distinguiera un rostro increíblemente hermoso.

Era Vicente.

Él estaba sentado en el pequeño sofá de su sala, con las piernas largas, estilizadas y rectas. La energía que desprendía su presencia contrastaba completamente con la sencillez de la habitación.

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