El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 140

La abuela Alzira, con el ceño fruncido por la preocupación, aconsejó: —Ángeles, hija, trata de llevarte bien con tus compañeros... evita los conflictos siempre que puedas. La abuela ya no es de mucha ayuda, no puedo protegerte... y me preocupa que, si te hacen daño, no haya nadie que te respalde...

—Abuela.

Ángeles la interrumpió con un tono firme: —Cuando alguien te ataca, no siempre es porque tú hayas hecho algo mal. Te critican porque esa espina que dicen ver... está clavada en sus propios ojos.

Por eso, no importa lo que hagas, las personas que te odian y te atacan seguirán viéndote llena de espinas.

Eso no es culpa tuya. Porque esa espina, desde el principio, estaba en ellos.

Ángeles levantó una ceja y añadió con una leve sonrisa: —Abuela, esas mismas palabras me las enseñaste tú.

La abuela Alzira suspiró, una mezcla de alivio y preocupación asomándose en su rostro. Qué buena niña era su nieta, una niña que merecía ser cuidada como un tesoro. Pero, precisamente por eso, le dolía que...

—Bueno, ya basta, abuela. No te preocupes más.

Ángeles parpadeó con una expresión traviesa y dijo con una sonrisa inocente: —¡No todo el mundo tiene la suerte de ser como tú, que puedes ver lo talentosa y adorable que soy!

La abuela Alzira no pudo evitar soltar una carcajada.

En ese momento, un fuerte olor a quemado llegó desde la cocina.

El rostro de Ángeles cambió de inmediato. —¡Ay no, mi pescado!

Ambas, la anciana y la joven, salieron corriendo hacia la cocina a toda prisa.

Ángeles se apresuró a apagar el fuego, mientras la abuela Alzira trataba de salvar el pequeño pescado frito que su nieta tanto anhelaba. En medio de ese caos, con el humo llenando la cocina y el calor envolviéndolo todo, nadie se dio cuenta de que Oscar estaba afuera, ignorado por completo.

Oscar había observado toda la escena desde el principio.

Hubo varios momentos en los que pensó en intervenir para ayudar a Ángeles, pero sus pies parecían estar clavados en el suelo. No quería que Ángeles la pasara bien, pero, al mismo tiempo, no se sentía cómodo viéndola en apuros.

Y entonces, las palabras de Ángeles resonaron en sus oídos:

[Te critican porque esa espina que dicen ver... está clavada en sus propios ojos.]

¿Era posible que su actitud hacia Ángeles también estuviera basada en un prejuicio desde el principio?

No.

La abuela Alzira le dio un suave golpe en la cabeza y la regañó en tono de broma: —¡Niña malcriada! ¿Qué sabes tú de cómo tratar a los invitados? Anda, ve a buscarlo. Seguramente no se ha ido muy lejos.

—Yo... —Ángeles quiso negarse, pero ante la mirada de su abuela, no tuvo más remedio que rendirse—. Está bien, abuela, iré ahora mismo.

...

No muy lejos del patio de la familia Ramírez, en una esquina oscura de un callejón, varias sombras se movían. Un grupo de personas, liderado por Maristela, avanzaba con actitud amenazante. Había venido para ajustar cuentas con Ángeles.

Antes, estando sola, Maristela había sido intimidada por Ángeles, que con solo un atizador la había hecho huir.

Pero ahora, habiendo reunido a varios secuaces, estaba lista para recuperar su dignidad. Quería ver si Ángeles se atrevería a enfrentarse a ella esta vez.

Sin embargo, a mitad de camino, alguien se cruzó en su camino y les bloqueó el paso.

Maristela se detuvo, sorprendida.

—Señor Oscar, ¿qué significa esto? ¿Por qué nos detiene?

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