Paula dio una patada en el respaldo del asiento del conductor y gritó: —¡Bórralo ahora mismo! ¿Quién te dio permiso para tener la cámara encendida?
A pesar de que el asiento los separaba, el conductor sintió el impacto de la patada, que lo hizo estremecerse. Bajando la mirada, respondió con sumisión: —De acuerdo.
Bajo la atenta mirada de Paula, el conductor eliminó los archivos del sistema de grabación del vehículo.
Paula preguntó: —¿Lo borraste todo?
El conductor desvió ligeramente la mirada, pero respondió con sinceridad: —Sí, señorita Paula.
—Perfecto, ¡arranca el auto!
Paula se recostó cómodamente en su asiento con aires de nobleza, cerrando los ojos para echar una siesta, sin darse cuenta de la mirada de enojo que le dirigía el conductor.
Aprovechando que Paula no prestaba atención, el conductor tocó discretamente el botón de recuperación en la cámara del vehículo y, rápidamente, retiró la tarjeta de memoria, guardándola en el bolsillo sin que ella lo notara.
El auto arrancó y siguió la ruta indicada en el GPS hacia Villa de los Cielos.
...
—¡Ya llegamos, chicos! Pasando esa montaña de ahí está Villa de los Cielos. Agarren todas sus pertenencias y bajen del autobús en orden.
El autobús escolar, que había salido temprano por la mañana, había avanzado con pausas durante más de ocho horas. Finalmente, al caer la tarde, llegaron a las cercanías de Villa de los Cielos.
Aquí, las montañas son majestuosas y los paisajes cautivadores, con cordilleras que se extienden sin fin hasta donde la vista no puede llegar. En este invierno envuelto en una suave neblina, se tiene la sensación de estar inmerso en el interior de una pintura.
A pesar de la emoción inicial, el ánimo de los estudiantes decayó al ver que tendrían que cruzar la montaña a pie, lo que provocó un torrente de quejas.
—¡Ay, qué lugar más horrible! ¿Cómo es posible que ni siquiera haya una carretera?
Frente al autobús ya no había más pavimento, solo un estrecho sendero de piedras irregulares que se extendía por el terreno. Cada pocos metros, los estudiantes podían ver montones de estiércol seco de vaca.
A los lados del camino había campos de cultivo, lo que hacía imposible que los vehículos avanzaran más. La única opción era caminar.
Además de los numerosos estudiantes con equipaje en el autobús, hay varios camiones con suministros donados que también necesitan ingresar al pueblo. No se puede permitir que tantas cosas tengan que ser transportadas a mano, ¿cierto?
El subdirector, que también era el encargado del grupo, se quedó perplejo por un momento y preguntó con cierta duda: —Pero ese camino está lleno de maleza. ¿De verdad hay una carretera? ¿Y si el autobús se queda atrapado en algún hoyo?
La preocupación era válida.
Ángeles dejó escapar una leve risa y agregó: —Podrían pedirle a los vecinos del lugar que les guíen. Ustedes no conocen bien la zona, pero ellos sí.
Oscar, que acababa de bajar del autobús con el rostro serio, de repente intervino: —Parece que conoces muy bien este lugar, ¿no?
Había notado que Ángeles había dicho "ustedes" y no "nosotros".
Ángeles le lanzó una mirada fugaz y respondió: —Sin comentarios.
Dicho esto, se colocó la mochila en la espalda y continuó caminando por el sendero de piedras.
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