—¡Pues tampoco me lo preguntaste!
—¿Y si no te lo pregunto, no me dices nada?
—¡¿Cómo iba yo a sacar un tema así?!
...
El padre e hijo, con una diferencia de edad abismal, se miraban fijamente. Uno con ojos furiosos, el otro con mirada resignada.
Finalmente, Marco fue el primero en ceder: —Está bien, papá, tú ganas. ¡Eres mi padre, me equivoqué, ¿contento?!
—¡Hmph!
Pedro bufó con desdén y apartó la cara.
Sin embargo, su pecho comenzó a moverse de forma más rítmica.
El color volvió poco a poco a su rostro. Claramente, parecía haber soltado una carga que lo oprimía.
Pedro se giró entonces hacia Oscar.
Oscar, que se sujetaba con cuidado al borde de la cama, lo llamó con cautela: —Abuelo...
Pensó que Pedro, como había hecho con Marco, probablemente tendría algo importante que decirle. Tal vez incluso admitiría lo que Oscar había deseado escuchar desde hacía tiempo: Me equivoqué al presionarte tanto, obligándote a comprometerte con Ángeles. Quizás fue un error.
Pero no, en lugar de eso, Pedro simplemente cerró los ojos y ni siquiera le respondió.
Oscar:...
—Abuelo, ¡me equivoqué! No debí oponerme a su decisión. Prometo que a partir de ahora seguiré todo lo que usted diga. ¡Incluso con respecto al matrimonio, no me resistiré más! Solo quiero que se recupere, ¿de acuerdo?
—Hmph.
—¡De verdad, abuelo! Le pido que me dé una oportunidad más, ¿está bien?
—Hmph.
—Abuelo...
Tras varios ruegos, finalmente Pedro abrió un ojo y lo miró. —¿Prometes que no te vas a escapar?
—¡Sí! ¡Palabra de hombre!
—Si quieren que me vaya en paz, ¡hagan lo que digo!
...
Mientras tanto, en el edificio de dormitorios, Ángeles subía las escaleras lentamente. Su celular, guardado en el bolsillo, comenzó a sonar. Era Héctor, quien le estaba enviando un informe.
[Señorita Ángeles, Rubén ha perdido, una vez más, los cinco millones de dólares que extorsionó.]
Tal como Ángeles había predicho.
Rubén, efectivamente, había ido a buscar a Paula. Y, usando sus despreciables métodos, logró extorsionarle la suma de cinco millones de dólares.
Sin embargo, después de obtener esa cantidad, Rubén no pagó sus deudas.
En lugar de eso, se convenció a sí mismo de que la última vez había perdido por "mala suerte" y que debía intentarlo una vez más.
Se dice que, mientras estaba en la mesa de apuestas, Rubén sonrió con una confianza inexplicable y pronunció con seguridad: —¡Voy a recuperar todo lo que he perdido!
Héctor, quien estaba presente en ese momento, apenas pudo contener la risa.
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