El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 107

Apenas se había duchado, eso era evidente: su cabello seguía húmedo y las puntas aún goteaban agua. El vapor del baño había teñido su rostro de un leve rubor, y sus ojos, como un par de cristalinos lagos otoñales, reflejaban timidez y una vulnerabilidad que despertaba ternura.

El tenue vestido de gasa apenas cubría lo necesario, dejando entrever más de lo que ocultaba. Con cada paso que Paula daba, se formaba una diminuta hilera de huellas húmedas en el suelo, mientras la ligera tela del vestido se movía grácilmente, flotando como las alas de una mariposa.

—Oscar...

Mordiéndose levemente el labio inferior. Al inclinar la cabeza, un mechón de su cabello negro como la noche cayó suavemente, contrastando con su piel blanca y tersa como la porcelana.

Oscar sintió que el aire le faltaba; sus oscuros ojos se oscurecieron aún más, como un abismo.

Pero justo en el instante en que Paula se acercó para abrazarlo, él alzó la mano con suavidad y la empujó un poco, diciendo: —No hagas esto. Ponte algo de ropa.

Paula no se dio por vencida. Aferrándose firmemente a Oscar, lo abrazó con más fuerza, rehusándose a soltarlo.

La calidez de su cuerpo y el suave aroma que la envolvía se colaron en sus sentidos. Para un hombre joven, con la sangre hirviendo, Oscar tuvo un momento de flaqueza, un instante en que sus pensamientos se nublaron.

Sin embargo, al segundo siguiente, se obligó a sí mismo a reaccionar y la apartó con más firmeza.

Incluso su tono se volvió más severo:

—Si estás bien, entonces me voy.

Tras decir esto, Oscar dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta con pasos largos y decididos. Su espalda reflejaba frialdad y determinación.

Paula quedó atónita.

Llevaba más de un mes sin verlo, todo por preparar esta noche. Día tras día visitó clínicas de belleza, gastando una fortuna en retoques sutiles para asegurarse de que cada detalle, desde su cabello hasta sus uñas, fuera perfecto.

¿Y ahora él quería irse?

¡No puede ser!

En un movimiento rápido, corrió hacia él y lo abrazó por la cintura desde atrás, sollozando con desesperación: —Oscar, yo te quiero tanto... ¿Por qué no me quieres?

Oscar suspiró con algo de frustración mientras, con paciencia, comenzaba a retirar sus manos, dedo por dedo: —Paula, yo también te quiero, pero solo como un hermano quiere a su hermana. ¿Lo entiendes?

¿Solo como un hermano a una hermana?

Oscar, un tanto desaliñado, tenía ahora rastros de carmín en el rostro y en el cuello de su camisa. Su expresión mostraba incomodidad y una lucha interna.

Paula, con un tono seductor y suplicante, murmuró: —Oscar, tampoco quieres casarte con Ángeles, ¿verdad? Si es así, entonces quédate conmigo esta noche, ¿sí?

Esta vez, cuando Paula volvió a inclinarse para besarlo, Oscar, cuya respiración ya estaba descontrolada, no la rechazó.

Pero en ese breve instante, la imagen de Ángeles, con su rostro deslumbrante y etéreo, cruzó fugazmente por su mente.

...

A la mañana siguiente.

Los rayos del sol entraron a raudales por las ventanas de la lujosa habitación. Paula abrió los ojos lentamente y, al mirar a su lado, encontró el espacio vacío. Extendió la mano, pero el lugar estaba frío como el hielo.

Seguía vistiendo el mismo vestido de gasa de la noche anterior, y alguien había tenido la cortesía de cubrirla con una manta.

En un instante, los recuerdos de la noche anterior volvieron a ella.

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