El Regreso de la Heredera Coronada romance Capítulo 105

Después de enterarse de que su hija biológica había sido cambiada al nacer, Nancy no dejó de hablar del tema. Estaba tan angustiada que ni siquiera podía dormir por las noches. Movió cielo y tierra, gastando una fortuna en dinero y recursos, todo con el fin de encontrar el paradero de Ángeles.

Sin embargo, cuando finalmente la encontró, aquella profunda angustia comenzó a desvanecerse, reemplazada poco a poco por descontento y molestia.

—¿Sabes por qué pasa esto, hermano?

Ángeles parpadeó lentamente y respondió con calma:

—Porque las personas siempre están obsesionadas con lo que no tienen.

—Al principio, la preocupación y el desvelo no son más que esa espina en el corazón que no pueden quitarse.

—Cuando todo se resuelve, sienten que al final no era para tanto.

—Y cuando lo pierden de nuevo, se arrepienten amargamente.

Abelardo, sin embargo, negó con la cabeza, en desacuerdo. —No te subestimes así. Eres igual de importante para mamá y papá. No puedes dejar que unas cuantas veces que te hayan ignorado borren el amor que sienten por ti.

—¿De verdad?

Ángeles solo sonrió.

El chochín anida en el bosque, pero solo ocupa una rama. El ratón bebe agua del río, pero solo toma lo suficiente para llenar su estómago.

El pequeño pájaro que se posa en el árbol no ocupa más que una rama. El ratón toma agua del río, y con solo unas pocas bocanadas podría llenar su vientre hasta reventar.

Para el matrimonio Castro, Ángeles no era más que alguien a quien podían calmar con un poco de atención y algo de dinero.

¿Hablar de cariño?

¡Qué ridículo!

Ángeles tenía muy claro su lugar. No se subestimaba a sí misma; más bien, menospreciaba a la familia Castro.

Abelardo quiso agregar algo más, pero Ángeles lo interrumpió. —Ya, hermano. Tengo que ir a la biblioteca a devolver estos libros. Nos vemos luego.

Dicho esto, Ángeles tomó los dos libros que llevaba en brazos y se fue.

Abelardo se frotó las sienes con resignación. Justo cuando estaba pensando en seguirla, su celular sonó. Era una llamada de Nancy.

Abelardo se masajeó las sienes. —Entendido, mamá.

Después de colgar, Abelardo encontró a Ángeles en la biblioteca. Su primera frase fue: —He arreglado todo para que un auto te saque de Ciudad de la Luz de la Luna. Puedes quedarte fuera un tiempo y regresar más adelante, ¿de acuerdo?

Esta era la última opción de Abelardo como hermano: ayudar a su hermana a escapar de su propio compromiso.

Ángeles no pudo evitar reírse. —Gracias por preocuparte por mí, hermano. Pero este compromiso no se llevará a cabo. Además, mañana tengo un paciente al que debo atender. No puedo irme.

Abelardo levantó la mano y le dio un suave golpe en la cabeza, divertido. —Si no escuchas a tu hermano, y mañana te obligan a subir al auto nupcial, ¿qué harás entonces?

—Ya lo pensé, hermano. Las aspiraciones del señor Pedro no se cumplirán. ¡Confía en mí!

Ángeles le guiñó un ojo.

Abelardo solo pudo suspirar, rindiéndose a la decisión de su hermana.

Antes de irse, no pudo evitar preguntarle: —Hermanita, mañana es la fiesta de compromiso. ¿De verdad no estás preocupada?

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