Alberto, con una voz baja y profunda, preguntó: —Señor Eduardo, ¿mi genial compañera asistirá a este foro académico de alto nivel?
¿Cómo?
La frase "genio de compañera" caló hondo en el corazón sensible de Ana, quien de inmediato prestó más atención.
¿La misteriosa y distante genio de compañera iba a aparecer?
El señor Eduardo respondió: —Presidente Alberto, el cerebrito que tiene usted de compañera ha estado en Solarena todo este tiempo, pero, lamentablemente, ustedes se han cruzado sin conocerse.
—Ahora, ella asistirá a este foro académico, así que finalmente podrán encontrarse.
—Presidente Alberto, ese día también le agradecería que se tome un tiempo para asistir.
Alberto asintió:—Está bien.
Colgaron el celular, y Ana, sorprendida, preguntó: —Alberto, ¿tu genial compañera ha estado en Solarena todo este tiempo? ¿Quién es ella?
El círculo de Solarena era tan pequeño que Ana nunca había oído hablar de esta chica prodigio.
Ana sentía una mezcla de curiosidad y celos por la existencia de esta brillante joven.
Alberto tampoco sabía quién era. Ni él ni su compañero más joven sabían quién era exactamente su genial compañera.
Pensando en el carácter misterioso y distante de esta chica, Alberto levantó una ceja con elegancia. En realidad, también sentía curiosidad.
—Ya lo sabremos ese día,—dijo.
...
Raquel estuvo muy enferma, permaneciendo en cama durante siete días, sumida en un estado de confusión.
El octavo día se recuperó casi milagrosamente, su salud volvió como si nada hubiera pasado.
Camila y Laura la abrazaron. —¡Raquelita, realmente nos asustaste!
Raquel abrió la ventana, y la brillante y cálida luz del sol iluminó su cuerpo frágil, envolviéndola en un halo dorado. Respiró profundamente el aire fresco y, con una mirada juguetona, les guiñó un ojo. —Camila, Laura, no se preocupen, ya estoy bien.
Ya se había curado por sí misma.
Sus ojos volvieron a brillar. Aunque el proceso de destrozarse y reconstruirse fue muy doloroso, al final, estaba bien.
Rodrigo miraba a Raquel dormir durante la clase y no podía evitar sacudir la cabeza. Esta Raquel realmente no estaba a la altura de su sobrino Alberto.
En ese momento, el señor Rodrigo no sabía que esa opinión iba a cambiar radicalmente en poco tiempo.
Él continuó con su clase. Hoy estaba enseñando el antiguo libro médico El Tratado de las Medicinas Naturales, y mientras explicaba, Raquel, que estaba dormida sobre el escritorio, de repente despertó.
Sus ojos claros y brillantes lo miraron y levantó una pequeña mano para hacerle señas, invitándolo a acercarse.
El señor Rodrigo se sorprendió. ¿Qué le ocurría a Raquel?
Se acercó.
Raquel lo miró y dijo: —Hace un momento cometiste un error en tu explicación.
¿Qué error?
El señor Rodrigo se quedó inmóvil. Ahora él era una figura de primer nivel en el ámbito médico, y Raquel era la primera en decirle que se había equivocado.
Con confianza, el señor Rodrigo refutó: —Eso no es posible.
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