Alberto, ¿alguna vez me has querido?
Esta pregunta dejó a Alberto completamente sorprendido.
¿Querer?
Él había reflexionado en el pasado sobre sus propios sentimientos hacia Raquel.
Sentía que no podría dejarla ir.
Se sentía atraído.
Quería poseerla.
De algún modo, sí tenía algo de afecto por Raquel.
Pero ese mínimo afecto no significaba nada frente a lo que sentía por Ana.
Ahora que iban a divorciarse, quería cortar de raíz, de manera tajante y sin piedad.
Abrió la boca y dijo: —Raquel, yo amo a Ana.
Lo dijo con firmeza: amaba a Ana.
La luz en los ojos de Raquel comenzó a apagarse lentamente. No debería haber formulado esa pregunta. Esa pregunta la había humillado, haciendo que perdiera de forma rotunda.
Estaba dispuesta a aceptar su derrota.
—Entonces, divorciémonos.
Alberto guardó silencio por un momento y luego dijo: —Ve a buscar los documentos.
Raquel esbozó una ligera sonrisa y tocó su bolso. —Ya los traje.
Cuando salió de casa, ya había sacado los documentos del armario. Sabía lo que él quería hacer al ver su llamada.
Alberto la miró un momento y luego arrancó el coche, dirigiéndose al registro civil.
...
Media hora después, ambos estaban sentados en la oficina del registro civil.
El funcionario encargado del divorcio les dijo: —El destino les unió como pareja, no dejen que un pequeño desacuerdo los lleve a separarse. Les sugiero que lo piensen bien.
Alberto, implacable, respondió: —No hace falta pensarlo más.
Y sin más, Raquel dio media vuelta y se fue.
Raquel caminaba sola por la calle. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, ni qué tan lejos había ido. Sus ojos ardían y estaban húmedos, las lágrimas caían descontroladamente, arrastradas por un dolor profundo.
En el instante en que se dio vuelta, ya estaba llorando desconsoladamente.
Siempre había estado sola. Nunca tuvo un hogar.
Hasta que él apareció.
En aquella cueva, él le prometió que la llevaría con él, que la amaría pase lo que pase. Y ella de boba le creyó.
En todos esos años, mientras él consentía a Ana, ella creció sola, recorrió largos caminos, y finalmente llegó a su lado.
Con un certificado de nacimiento a su nombre, quería unir su vida a la suya, formar una familia con él.
Durante los tres años en que él estuvo en coma, guardaba las esperanzas más puras de una adolescente, deseando ser su esposa y formar con él una linda familia.
Pensaba que, si se esforzaba lo suficiente, todo saldría bien.
Pero aún así, aque sueño se desmoronó.
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