El secretario Francisco detuvo el auto de lujo.
Alberto miró a Nahia a su lado. —Baja.
Le ordenó que saliera del vehículo.
La dejó a medio camino.
Nahia bajó del auto y este aceleró rápidamente, dejando tras de sí una nube de gases de escape.
Nahia, furiosa, golpeó el suelo con el pie.
...
Raquel ya había llegado a la antigua casa de la familia Díaz. Estaba sentada en el sofá del salón, conversando con doña Isabel.
Pronto, la puerta principal de la casa se abrió y una corriente de aire frío, que llevaba consigo una figura elegante y erguida, entró: Alberto había regresado.
La sirvienta lo saludó respetuosamente. —Señor Alberto.
Alberto se quitó los zapatos en el vestíbulo y, alargando sus largas piernas, se adentró en el salón. Al ver a Raquel, se quedó en silencio.
No se habían visto desde aquel día en la enfermería de la escuela. Raquel había perdido peso, estaba más delgada, y su pequeña cara, que antes era de una belleza delicada, ahora parecía aún más fría y etérea.
Había venido directamente de la escuela, llevaba su uniforme escolar: una camisa blanca, una falda corta de cuadros, con un abrigo encima, y su largo cabello oscuro recogido en una coleta alta. Su aire juvenil de estudiante universitaria era evidente.
Alberto la miró, pero no dijo nada.
—Alberto, ya volviste. Vamos a cenar.
Los tres se sentaron en el comedor. doña Isabel ocupaba el asiento principal, mientras que Alberto y Raquel se sentaban frente a frente.
La sirvienta sirvió una sopa caliente para Alberto. Este probó un sorbo, frunció el ceño y preguntó: —Abuela, ¿qué es esta sopa?
Doña Isabel sonrió y respondió: —Es caldo de res, para que te pongas fuerte.
Alberto hizo una mueca.
—Alberto, ¿recuerdas lo que te dije la última vez? Ya no eres un niño. Debes darle un hijo a Raquelita. Bebe rápido esa sopa, esta noche quiero abrazar a mi bisnieto.
En todo Solarena, solo Alberto, el hombre más rico de la ciudad, podría haber impulsado a Nahia de esa manera.
Alberto era el hombre detrás de Nahia.
Raquel ya lo había sospechado, pero no se atrevía a creerlo.
Ambos caminaban por el césped hacia el auto de lujo. Alberto, levantando ligeramente los labios, le preguntó: —¿Por qué decidiste regresar hoy?
—Presidente Alberto, ¿tienes tiempo mañana?
—¿Qué pasa?
—Mañana vamos al registro civil a divorciarnos.
Alberto se detuvo en seco.
Raquel también se detuvo y lo miró con frialdad. —Alberto, quiero divorciarme de ti, ¡no quiero esperar ni un día más!
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