La enfermera salió.
En ese momento, se escuchó la voz del secretario Francisco desde fuera de la puerta: —Presidente, esa herida en su mano realmente no puede seguir sin tratamiento. Debe atenderla cuanto antes, o de lo contrario, su mano quedará inutilizada.
Raquel levantó la mirada y, cerca de la puerta, vio la figura alta y elegante de Alberto. Él había estado allí todo el tiempo.
El secretario Francisco miró a Raquel con súplica: —Señora, la mano del presidente sigue sangrando, por favor, diga algo.
Raquel observó la sangre en el suelo. Esa mano de Alberto probablemente necesitaría muchas puntadas.
Raquel se levantó y caminó hacia la puerta.
Alberto la observó mientras se acercaba. Su imponente figura se movió ligeramente, y en sus ojos brilló una luz.
El secretario Francisco, emocionado, dijo: —Sabía que la señora aún se preocupa por el presidente. Presidente, debe atenderse rápidamente...
Pero en el siguiente segundo, Raquel extendió la mano y cerró la puerta del hospital de golpe.
¡Pum!
La puerta golpeó la cara de Alberto y del secretario Francisco.
Secretario Francisco: ...
La luz en los ojos de Alberto se apagó de inmediato. A través de la pequeña ventana de vidrio, vio cómo Raquel regresaba a la cama, tomaba la mano de Ramón y se quedaba dormida junto a él.
Alberto esbozó una sonrisa amarga.
...
Alberto sabía que Ramón ya se había despertado. Había pasado una semana, y Ramón se estaba recuperando bien.
Alberto se encontraba en la oficina del presidente, revisando documentos, cuando su teléfono sonó. Era una llamada de doña Isabel.
Desde que Raquel había llevado a doña Isabel a tomar café y hacerse un masaje en los pies, ella había sido castigada y se le había prohibido salir de casa.
Alberto había llegado en su auto sin ella.
Al ver la decepción en el rostro de doña Isabel, Alberto respondió: —Abuela, ella está ocupada con la escuela. Si la extrañas, puedes llamarla tú misma y pedirle que venga a cenar.
Doña Isabel inmediatamente tomó el teléfono de línea fija del salón. —Voy a llamarla ahora mismo.
Alberto se sentó en el sofá y tomó una revista de negocios para leer.
El teléfono de línea fija de la casa sonó, y en pocos segundos, Raquel respondió con su voz clara y melodiosa: —¿Abuela?
Doña Isabel rió y dijo: —Raquelita, ¿estás muy ocupada últimamente? No has venido a ver a tu abuela. Esta noche preparé muchos platillos deliciosos. Ven a cenar con la abuela.
En ese momento, la sirvienta se acercó y dejó una copa de agua junto a Alberto. —Señor Alberto, por favor, beba agua.
Alberto no respondió, como si no hubiera oído.
La voz clara de Raquel volvió a sonar, esta vez con un tono apologético: —Abuela, lo siento, un amigo mío está en el hospital. Esta noche tengo que quedarme a acompañarlo, así que no podré ir a cenar contigo.
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